El crepúsculo difunde en el jardín una luz suave
y
temblorosa, pero de una melancolía tan lastimera, que
llega
hasta lo lacerante. Silvestre tiene los ojos prendidos de esa
luz,
mientras inmóvil desde el sillón donde se encuentra,
mira a través de
los cristales de la ventana hacia el jardín,
con una tristeza
desolada y un irremediable abatimiento.
Rosaura y yo nos cambiamos un
mudo signo de preocupación, de
pena.
Silvestre suspira.
"Sólo diez años más -dice en una voz muy
queda y misteriosa-, sólo
quiero vivir diez años más, para
hacer lo que me
falta..."
Algo dice Rosaura, con fingido desenfado, para dar
seguridades y
confianza a Silvestre, pero lo hace insegura,
asaltada también por un
presentimiento inexplicable. Creo que
todos tenemos ganas de
llorar.
Bien. No fueron diez años ni diez meses. En octubre de
ese
mismo año, Silvestre moría.