detenerse Silvestre en una
consideración tan mezquina, tan
ruin y ajena a sus principios. ¡Eran sus
manos, sus manos,
precisamente su "instrumento" musical, su
instrumento natural
e inalienable de la música! ¿Qué es lo que hace
entonces? Se
cruza de brazos, las oculta en las axilas, y sin
resistencia
alguna, con una humildad que no tiene nombre, con una
lucidez
enloquecida y tremenda, ofrece su rostro a las infames
cuchilladas
de sus agresores.
Éste es el relato que conozco. Lo de menos,
repito, es que
sea verdadero. Los sucesos que acontecen a los
hombres
siempre son a imagen y semejanza de los hombres mismos,
y
esta narración se aviene en un todo con la integridad moral
de
Silvestre como artista. Quedémonos entonces con ella como
cierta, porque
llegará a ser verdad, aun a fuerza de tratarse
tal vez de una
mentira, tan sólo porque así debió por fuerza
de ocurrir. Mas si fue de
otra manera, será porque los hados
traicionaron el texto que estaba
escrito en el drama.
En los últimos tiempos Silvestre callaba
mucho, taciturno,