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terminaron por separarlos. Pero en todo caso, de esto no fue
culpable Silvestre, estoy seguro.

Silvestre nos llegó de los Estados Unidos con unas barbas
pavorosas, que le ocultaban la mitad del rostro y hacían
pensar a las gentes, asustadas, que quizá se tratase de algún
bolchevique que habría venido a México para desquiciar la
sociedad y subvertir las buenas costumbres. Sin embargo,
aquellas barbas no tenían otra misión que la de ocultar las
tremendas cicatrices que Silvestre llevaba en el rostro,
resultado de algún trágico encuentro, sobre el que ningún
miembro de la familia, empero, tuvo la indelicadeza de hacer
a Silvestre la menor pregunta, ni mucho menos realizar la más
insignificante indagación por otros rumbos.

A mis oídos ha llegado, no obstante, y sin proponérmelo, una
versión extraordinaria sobre la forma en que a Silvestre le
fueron causadas tales heridas, versión que no me resisto a
relatar. Puede ser mentira o verdad, pero no importa. Los
acontecimientos están a la altura de Silvestre, y si no
fueron ciertos, merecerían serlo de todos modos.



 

Las cosas debieron ocurrir mas o menos así: Silvestre
abandona a las altas horas de la noche, algún cabaret o
cafetucho donde se encontraba, y se aventura solo por las
calles de la pequeña ciudad norteamericana en que vivía, con
dirección a su casa. En un punto determinado lo asaltan unos
hampones, armados con armas blancas, y sin esperar a más,
ante la actitud indefensa y desamparada de Silvestre, lo
atacan salvajemente y con lujo de brutalidad. Silvestre pudo
defenderse, pudo retroceder, pudo escapar en alguna forma y
en cualquier momento antes del ataque, pero inmovilizado por
la sorpresa no acertó a moverse.

A Silvestre no le importaba perder la vida, de eso estoy
convencido en absoluto, ni tampoco era hombre capaz de
dejarse dominar por el miedo. Pero en esos momentos había
algo más importante que la vida. La cuestión era que si
intentaba defenderse, Silvestre debía "meter las manos", es
decir, ponerlas en peligro. ¿Y qué otra cosa más sagrada para
él que sus manos, con las que hacía música con las que tocaba
el violín? No por pensar que de herirlo aquellos hampones se
quedaría sin medios de obtener el sustento. Jamás pudo

 
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