considerar así a un chiquillo, con esta
seriedad tan objetiva
y conforme, no mostrarse su vocación como una
locura
desesperada -un inevitable mal-, así la tome su padre con
esa
lógica, tranquila y natural, sin sorprenderse, sin
asombrarse
-del mismo modo en que Silvestre tampoco se asombraba ante
su
propio ser, ni ante sus abismos-, apenas con la reflexiva
preocupación
de que aquello pudiera constituir quizá también
un mal?" Es
sorprendente.
Quiere decir que Silvestre estaba marcado con signos
muy
visibles para su padres, que no los discutían, que no
los
contrariaban jamás. A lo de toda su vida, en efecto, mi padre
supo
amar estos signos como ninguno, y supo ayudar a
Silvestre, también
como nadie, para que pudiera disponerse a
realizar lo que éstos le
ordenaban, justamente en el duro
tránsito de la adolescencia, cuando
el arte de Silvestre
estaba más necesitado de ese amor y esa
devoción ejemplares.
Así era la alucinante y alucinada vocación de le
brotaba a
flor de piel, sometiéndolo sin descanso -y desde
un
principio-, a los suplicios más tenaces del espíritu.