Foro Virtual Silvestre Revueltas
   
 
 
  impresión   inicio  
 



nadie, cuando menos nadie visible, tangible, terrenal. Esta
insumisión, esta rebeldía, estaba más allá de nosotros, lejos
de nuestro alcance, inaparente y desigual. Era la rebelión
diaria de Silvestre y su diaria caída con la roca de Sísifo a
las espaldas, en la percepción y hallazgo de su verdad, una
verdad desgraciada, hecha para anonadarlo con el fruto
siempre reiterado de la incertidumbre; era ese combate
invisible que Silvestre libraba solo, sin escudo y sin
espada, y en el que los demás no acertábamos a ver sino la
actitud mansa y la mirada melancólica, en los momentos
aquellos de incurable tristeza en que Silvestre se habrá
convencido de que no era posible otra cosa que callar,
prisionero como estaba, incomunicado de todos cuantos lo
rodeábamos, en este mundo que no era el suyo.

"Su inclinación por la música -ha dicho mi padre en su
carta-, es como todas las cosas, un bien y quizá también un
mal."

Únicamente hay que tomar en cuenta que estas palabras están
dichas cuando Silvestre tenía once años. ¿Cómo es posible



 

considerar así a un chiquillo, con esta seriedad tan objetiva
y conforme, no mostrarse su vocación como una locura
desesperada -un inevitable mal-, así la tome su padre con esa
lógica, tranquila y natural, sin sorprenderse, sin asombrarse
-del mismo modo en que Silvestre tampoco se asombraba ante su
propio ser, ni ante sus abismos-, apenas con la reflexiva
preocupación de que aquello pudiera constituir quizá también
un mal?" Es sorprendente.

Quiere decir que Silvestre estaba marcado con signos muy
visibles para su padres, que no los discutían, que no los
contrariaban jamás. A lo de toda su vida, en efecto, mi padre
supo amar estos signos como ninguno, y supo ayudar a
Silvestre, también como nadie, para que pudiera disponerse a
realizar lo que éstos le ordenaban, justamente en el duro
tránsito de la adolescencia, cuando el arte de Silvestre
estaba más necesitado de ese amor y esa devoción ejemplares.

Así era la alucinante y alucinada vocación de le brotaba a
flor de piel, sometiéndolo sin descanso -y desde un
principio-, a los suplicios más tenaces del espíritu.

 
Documento sin título
  Página  
Ir
        22.5