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dominante", a más de vanidoso "por naturaleza", sí. Pero todo
esto tiene ahora otro nombre, otra dimensión, y corresponde a
una forma distinta de vivir y reaccionar ante la vida. Ahora
ya sabemos lo que significaba esa "apariencia de mansedumbre"
de Silvestre. Se la hemos visto muchas veces, cuando se
encerraba en sí mismo, callado, ajeno, rotas ya sus
comunicaciones con el mundo exterior, deseoso de que nadie
perturba a su ensimismamiento ni ese diálogo interno en el
que estaría tan ardiente, tan angustiosamente empeñado. Por
fuera, en efecto, esto, podría tomarse por mansedumbre, y
tratándose de un niño de once años, por una simulación
tendiente a ocultar el impulso "voluntarioso y dominante" de
su espíritu. Pero lo que ocurría a los once años de edad, era
lo mismo que seguiría ocurriendo, después, a lo largo de la
vida entera: Silvestre sólo estaba escuchándose por dentro,
por debajo de su propia piel, nadie sino él podía percibir lo
que escuchaba, ni mucho menos comprenderlo, aun cuando
llegara también a oír aquellas cosas en las que Silvestre se
abstraía con la totalidad absoluta de su ser.



 

Escuchar: esto era consustancial a Silvestre. Mas por
supuesto aquí no se trata de la función que desempeña el
oído, ni de lo que éste perciba a través de su delicada y
maravillosa estructura física. Se trata de lo que sólo al
artista se le entrega y se le hace llegar para que sea él
quien lo mire, lo oiga, lo palpe, aun cuando esté ciego o
sordo o haya perdido el tacto.

A Silvestre se le iba dando su música -su música por
dentro-, desde niño, en las dosis perceptibles por él,
lentamente, hasta que madurase y pudiera, así, traducir,
organizar, orquestar esos signos misteriosos que él sólo
escuchaba y comprendía.

¿Cómo no iba a encerrar entonces Silvestre, bajo esta
"apariencia de mansedumbre" que era la forma en que se
entregaba a la contemplación auditiva, un carácter
"voluntarioso y dominante?" Desde luego que sí. Desde luego
que debió ser un niño insumiso o imperioso. Pero ¿insumiso
ante qué, imperioso sobre quién? La respuesta que nos da su
vida es bien desoladora: ante nadie, sobre nadie, contra

 
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