Escuchar: esto era
consustancial a Silvestre. Mas por
supuesto aquí no se trata de la función que
desempeña el
oído, ni de lo que éste perciba a través de su
delicada y
maravillosa estructura física. Se trata de lo que sólo
al
artista se le entrega y se le hace llegar para que sea él
quien lo
mire, lo oiga, lo palpe, aun cuando esté ciego o
sordo o haya
perdido el tacto.
A Silvestre se le iba dando su música -su música
por
dentro-, desde niño, en las dosis perceptibles por
él,
lentamente, hasta que madurase y pudiera, así, traducir,
organizar,
orquestar esos signos misteriosos que él sólo
escuchaba y
comprendía.
¿Cómo no iba a encerrar entonces Silvestre, bajo
esta
"apariencia de mansedumbre" que era la forma en que se
entregaba a la
contemplación auditiva, un carácter
"voluntarioso y dominante?" Desde
luego que sí. Desde luego
que debió ser un niño insumiso o
imperioso. Pero ¿insumiso
ante qué, imperioso sobre quién? La respuesta
que nos da su
vida es bien desoladora: ante nadie, sobre nadie,
contra