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Mi madre nos contaba que cuando ella era joven, se le iban
insensibles las horas, perdida en sus sueños, contemplando
las hermosas montañas de San Andrés de la Sierra, el pueblo
donde había nacido. Ante la vista impresionante de aquel
paisaje -que ella nos descubría con tal viveza poética y tal
aliento amoroso-, el mayor anhelo de su vida, decía, se
cifraba en llegar a tener, cuando se casara, un hijo músico,
otro pintor...

En efecto, de ella, de ese entrañable cuerpo de mi madre,
estaban destinados a nacer ese músico, ese pintor. ¿Por qué
los hechos poéticos no han de ser, también hechos biológicos?
Acaso el misterio último de la poesía se encuentre en la
recóndita vibración de alguna célula, cuyos anhelantes
estremecimientos, a fuerza de integrarse y hermanarse con
otros, a fuerza de buscarse a través del amoroso calor de las
tinieblas orgánicas, terminen articulándose en palabra.

¿Qué voces hablaban a través de los sueños de mi madre, qué
misteriosos elementos terrestres de su cuerpo le llevaban
hasta la mente el anhelo monstruoso de tener un hijo músico,



 

otro, pintor? Evidentemente ellos mismos: el músico y el
pintor, antes aun de que nacieran, antes aun concebidos.
Desde aquel tiempo, establecidas en la orgánica habitación
maternal como dentro de una antesala milagrosa, sus voces ya
aguardaban el advenimiento de la vida que habría de
formularles. Eran apenas la prefiguración de ellos mismos,
pero ya el sueño los había hecho realidad, les había dado
existencia.

Ahí estaban; ahí estaba la voz de Silvestre, que pedía nacer
ya desde entonces, cuando mi madre contemplaba sus ásperas
montañas de San Andrés. Era el esquema prenatal de un
Silvestre que avanzaba en las sombras, de un Silvestre que se
invocaba a sí mismo, dándose apenas el nombre de deseo y que
nacería más tarde, pero antes siquiera de que una madre lo
alumbrara, en el amor de sus padres, en el extraño material
del espíritu de que estaría formado el primer beso de sus
padres. La anunciación había sido hecha aquel día en aquella
hora en que una joven mujer, ante el paisaje de su tierra,
había lanzado un terrible y sagrado reto al destino.

 
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