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Ahí esta la respuesta: era preciso quemarse los ojos para no
mirar tanto; era preciso abandonarse en manos de Caín para
pagar la culpa del hombre y redimir su destierro. Porque los
hombres como Silvestre ven más allá de lo que nosotros vemos,
y los ojos de Silvestre no se cerraban nunca. En rigor
permanecerán abiertos para siempre, mientras su música viva,
cante y proteste desde el fondo de la tierra.

La realidad que rodeaba a Silvestre lo hería más
profundamente que a ningún otro: no sólo la realidad de su
vida personal y privada, sino, sobre todo, la realidad del
mundo y sus tercas tribulaciones que a cada golpe hacen
cambiar al hombre de esperanza en un juego que parece no
tener fin.

Silvestre sabía esto; lo sabía todo. No ignoraba tampoco,
por ello, que el hombre está llamado a libertarse y ha de
forjar con lágrimas, con la carne, de su carne, el destino de
la humanidad verdadera, libre de la baja zoología a la que
aún se encuentra encadenado.



 

Pero no le pidamos a un artista, que tanto mira, que resista
todo lo que mira; que soporte todo ese peso abrumador de la
desquiciada vida de los hombres y las amargas tinieblas en
que se debaten. Para poder mirar ha tenido que rebelarse, y
ya es bastante esta caída, donde su espíritu tienta todas las
tentaciones e invoca sobre sí todos los pecados, dispuesto a
morir por ellos. Ya es bastante que reciba el castigo tras
cuya búsqueda ha caminado por su propio pie.

Porque es cierto. Para los ángeles rebeldes el castigo es
vivir la inminencia total de todos los riesgos, pero en todos
los sentidos, aún en los del vicio. No un arriesgarse a
medias, no un sólo aproximarse al peligro, sino ser uno mismo
el peligro, el peligro de sí mismo, y confundirse con él.
Este era Silvestre, y lo digo con pavor, con piedad y con un
remordimiento y una admiración sin límites.

Había escogido el camino de la autodevoración, de la
autofagia torturante y sin embargo providente, sin embargo
desagarradoramente fecunda. Hay algo de muy humilde y
bárbaro, de indeciblemente humilde y acusador, en el alcohol

 
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