Pero no
le pidamos a un artista, que tanto mira, que resista
todo lo que
mira; que soporte todo ese peso abrumador de la
desquiciada vida de
los hombres y las amargas tinieblas en
que se debaten. Para poder
mirar ha tenido que rebelarse, y
ya es bastante esta caída, donde su
espíritu tienta todas las
tentaciones e invoca sobre sí todos los
pecados, dispuesto a
morir por ellos. Ya es bastante que reciba el
castigo tras
cuya búsqueda ha caminado por su propio
pie.
Porque es cierto. Para los ángeles rebeldes el castigo es
vivir la
inminencia total de todos los riesgos, pero en todos
los sentidos,
aún en los del vicio. No un arriesgarse a
medias, no un sólo
aproximarse al peligro, sino ser uno mismo
el peligro, el peligro de sí
mismo, y confundirse con él.
Este era Silvestre, y lo digo con pavor,
con piedad y con un
remordimiento y una admiración sin
límites.
Había escogido el camino de la autodevoración, de
la
autofagia torturante y sin embargo providente, sin
embargo
desagarradoramente fecunda. Hay algo de muy humilde y
bárbaro, de indeciblemente
humilde y acusador, en el alcohol