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Silvestre, prescindiendo de su carácter, y de su rebeldía tan
empecinadamente contraria a toda clase de convenciones.

No; no es que Silvestre se menospreciara a sí mismo, ni a su
arte, como lo pretendía Kleiber -que no lo conoció en
persona-. Todo lo contrario.

Lo verdaderamente cierto es que el nombre de Música para
charlar
estaba destinado por Silvestre a los que tienen oídos
y no oyen. Era una manera orgullosa y divertida de mandar al
diablo a los timoratos, a los pobres de espíritu, a los
críticos adocenados y orgánicamente malignos e inútiles, a
los indiferentes, a todos los resentidos e infecundos de
ayer, de hoy y de pasado mañana.

Como si les dijera a todos ellos: perfectamente, señores;
ustedes pueden charlar, ustedes pueden volverse de espaldas,
ustedes pueden seguir ocupándose de sus trampas literarias y
artísticas, y vivir entregados al empeño de satisfacer sus
pequeños rencores y orquestar sus inteligentes maniobras;
pueden seguir prostituyéndose honorablemente, bajo las formas



 

más inaparentes y mejor apreciadas por la gente de buenas
costumbres, mientras hay alguien que escribe música.
Mientras hay alguien que compone esa música, que aún será
escuchada -y no para charlar, ténganlo por seguro-, mucho
tiempo después que ni de ustedes, ni de sus hijos, ni de la
descendencia de éstos, se guarde ya la más insignificante
memoria en sitio alguno.

Justamente por, ser Silvestre tan violento y apasionado
antifilisteo, es preciso dejar establecido, con claridad
absoluta, que tampoco era de aquellos que con toda su sana,
retorcida y turbia intención, presumen de pasar inadvertidos,
y se colocan, con caras compungidas -pero a voz en cuello-,
en los segundos planos, alimentando la inconfesada esperanza
de que se les llame, un día con otro, a reparar la imaginaria
injusticia de que se habrá hecho víctima a su secretísimo y
escondido talento.

Del mismo modo que los otros, los impostores de la grandeza,
a Silvestre le repugnaban estos lamentables pordioseros, los
impostores de la pequeñez y la penuria intelectuales, los

 
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